Desde el principio de su ministerio, Jesús se dejó guiar por las Escrituras. Incluso en sus últimas palabras citó de profecías mesiánicas (Mat. 27:46; Luc. 23:46). Los líderes religiosos de ese tiempo eran muy diferentes. Despreciaban la Palabra de Dios cuando contradecía sus tradiciones. Hablando de ellos, Jesús citó lo que Jehová dijo mediante el profeta Isaías: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está muy alejado de mí. En vano siguen adorándome, porque enseñan mandatos de hombres como doctrinas” (Mat. 15:7-9). Jesús dejó que la Palabra de Dios guiara tanto su conducta como su enseñanza. No recurrió a su profunda sabiduría ni a su experiencia sin igual al enfrentarse a controversias doctrinales. Más bien, se aferró a las Escrituras como máxima autoridad
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